La diócesis vive la Pascua
Mensaje de Pascua del obispo diocesano, monseñor Jorge Lugones sj, para toda la diócesis:
- 26 Marzo 2016
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Mensaje de Pascua del obispo diocesano, monseñor Jorge Lugones sj, para toda la diócesis:
Caminando hacia la Pascua
(Lc. 24, 13-35)
Querida Comunidad Diocesana:
En el Jubileo extraordinario de la Misericordia, el Papa Francisco nos recuerda que: “Jesucristo es el rostro visible de la Misericordia del Padre”. Nos invita a hacernos peregrinos visitando los santuarios y las parroquias propuestas para recibir la gracia del perdón.
Como peregrinos de la vida hoy recibimos el gozo del anuncio del Señor de la Vida: “Es verdad el Señor ha resucitado [1]…”
Peregrino fue el pueblo elegido porque nunca tuvo la oportunidad de detenerse en su marcha. Iba por etapas en el desierto y hubo muchas en su camino. Una y otra vez pensó que al conseguir su meta tendría solucionado sus problemas, y una y otra vez debió darse cuenta que el camino lo llevaba más allá.
Peregrinos son Cleofás y su compañero, ellos vuelven desolados de Jerusalén, después de la muerte de Jesús [2].
En la contemplación de la escena evangélica de los discípulos de Emaús, se nos presenta el camino. Nosotros hemos recorrido el camino de la Cuaresma, que nos abre al encuentro de la luz pascual. Pero como dice un poeta amigo: “Que el mucho camino empaña el horizonte”.
Iban conversando y discutían por el camino… su gesto es de preocupación y decepción. Nosotros pensábamos pero… nosotros creíamos pero… es la realidad del que camina sin ilusiones, del que está de vuelta de todo, porque no hay otros horizontes donde apuntalar la esperanza.
Nos puede pasar como a los de Emaús sentirnos desesperanzados ante tanta impunidad, violencia familiar, inseguridad, trata de personas y sufrimiento de los que están fuera del “sistema” sea: laboral, sanitario, educativo, cultural y religioso. Francisco nos invita a transformar el corazón, más que decir, hacer: “… Dios pedirá cuentas al hombre de lo que habrá hecho a hambrientos, sedientes, encarcelados, extranjeros. Esta es la vida cristiana. En cambio, el sólo decir nos lleva a la vanidad, a aquel hacer de cuenta que somos cristianos. Pero no, no se es cristianos así. Que el Señor nos dé esta sabiduría de entender bien dónde está la diferencia entre el decir y el hacer, nos enseñe el camino del hacer y nos ayude a ir por aquel camino” [3].
Pienso en los adictos que en nuestra zona sur no tienen donde internarse ante una crisis, y en el desatino de abrir una sala de juego en una zona tan deprimida como “Puente La Noria”, donde transitan niños y adolescentes a tomar el colectivo para ir a la escuela. Nos hemos pronunciado sobre la adicción al juego: es un crimen contra los más pobres, contra el debilitado por este vicio, que trae aparejado la desunión y en algunos casos la destrucción familiar y la delincuencia.
Pienso en la falta de solidaridad por “la casa común”: ante los basurales a cielo abierto, la contaminación de nuestra cuenca Matanza-riachuelo, la falta de monitoreo en sus obras, donde se ha invertido mucho dinero del erario público, la contaminación de nuestros niños con plomo en sangre, que habitan terrenos rellenados con tierra contaminada. Nos recuerda Francisco: “Nunca maltratamos y herimos nuestra Casa Común como en los dos últimos siglos... Esas situaciones provocan los gemidos de la hermana Tierra, que se unen a los gemidos de los abandonados del mundo, con un clamor que reclama de nosotros otro rumbo” [4] .
Ante este nublado desencanto, el caminar hacia la Pascua nos tiene que despertar, porque la paciencia del Señor despeja el horizonte, porque el andar en la Cuaresma con buenas intenciones y tal vez con pocas obras de misericordia, nos empañan la luminosidad gratuita y esperanzadora de la Pascua, porque andamos atrapados por la ansiedad y el apuro, pasamos sin ver, oímos sin escuchar, miramos sin contemplar al Cristo hermano en el Camino. Solo el Señor nos descubre su rostro, donde el horizonte se recorta con la figura de Dios con nosotros. Donde el caminante se nos hace él mismo camino. Un camino que nos invita a recobrar el fervor y la esperanza: No ardía nuestro corazón por el camino cuando nos explicaba las escrituras [5].
“Quédate con nosotros, Señor, porque atardece y el día se acaba [6]”
Esta fue la invitación apremiante que la tarde misma del día de la resurrección, los dos discípulos que se dirigían a Emaús hicieron al caminante desconocido… la luz de la Palabra ablandaba la dureza de su corazón y se les abrieron los ojos. Entre la penumbra del crepúsculo y el ánimo sombrío que los embargaba, aquel Caminante era un rayo de luz que despertaba la esperanza y abría su espíritu al deseo de la plena luz [7].
En el año del Bicentenario de la Independencia de la Patria, celebraremos el Congreso Eucarístico en Tucumán.
La Eucaristía nos hace solidarios, al suplicar: “Jesucristo, Señor de la historia, te necesitamos”, y Él se dona a sí mismo por nosotros, esto nos permite dar de nuestro poco, que para otros es mucho, por eso volvemos a Él agradecidos, pero poniendo en el horizonte amplio de la Pascua a los amigos de Él y también nuestros, los más pobres, débiles y sufrientes que nos ayudan a mirar con otros ojos este horizonte resucitado y resucitador.
La gratitud nos ubica en el horizonte del Dios de la Vida, porque de Él lo hemos recibido todo, es el Mediador, con mayúscula; pero, nos permite ser mediadores a nosotros, para compartir su Bondad, para hacernos agraciados, para imitarlo en el dar…
La comunión es el banquete pascual, fiesta de familia, que implica el reconocernos con los otros, genera el encuentro, invita a la reflexión y provoca la fiesta de la comunidad. Por tanto, esta “espiritualidad de la comunión” que el Espíritu está soplando sobre nuestra Iglesia, no es alienante, ni intimista, ni privativa de “algunos elegidos“, sino que es respuesta a la Palabra viva de Dios; ella aporta como método privilegiado de la comunión y de la paz: el diálogo. Un diálogo abierto a todos, que procede por acercamientos progresivos, aceptando el límite y la gradualidad, en la paciencia de la esperanza, que tiene como nota, la espera confiada en el Señor, que inspira horizontes siempre más justos de unidad.
La adoración es auténtica cuando se va haciendo entrega de uno mismo al Señor, de lo que somos y tenemos. Sólo entonces nos acerca a su paz, pues la entrega total al Señor, y la de cada día, nos recrea en el amor.
La Eucaristía es la “gran escuela para la paz”, porque la Eucaristía es encuentro, que propone momentos de silencio, escucha atenta y adoración. Les decía recientemente a los “jóvenes de la Ribera” reunidos el sábado víspera del Domingo de Ramos que: el “Buen Samaritano”, Jesucristo, Él se compadeció de nosotros y nos ha curado, vendado, levantado del camino, nos ha cargado y pagado por nosotros y nos sigue acompañando en el camino de la vida.
Que la Virgen de la Paz peregrina del amor nos lleve a su Hijo: Camino, Verdad y Vida; María, mujer eucarística, nos ayude como Iglesia Diocesana a reconocer en la Eucaristía la fuerza renovadora del anuncio, como fuente y origen de la Vida Verdadera.
LES DESEO A TODAS LAS COMUNIDADES Y A TODOS LOS HOMBRES Y MUJERES DE BUENA VOLUNTAD DE NUESTRA DIÓCESIS: ¡MUY FELICES PASCUAS DE RESURRECCIÓN!
Con mi bendición
Mons. Jorge Rubén Lugones sj
Obispo de la Diócesis de Lomas de Zamora
[1] Lc. 24,34
[2] Ibid
[3] Francisco, 23-02-16
[4] LS Nº 53
[5] Lc. 24,32
[6] Lc. 24,29
[7] M.N.D. Nº 1